AGROECOPORNO FOR
YOU
Lo que hay que de zufrí cuando decides ser
ecoagricultora urbanita.
Harta de comer plastitomates que es
preciso pelar con motosierra; hasta las narices de ingerir hortalizas
insípidas y clonadas (me muero por ver una caja de hortalizas que no
sean exactamente iguales las unas a las otras); muy fastidiada de
comprar fruta perfecta por fuera y absolutamente sosa por dentro...
harta de todo esto, digo, decidí un buen día cultivar mis propias
verduras en la terraza, ya que cuento con unas jardineras de generosa
capacidad. Así que provista de tres o cuatro libros para que
iluminaran mi mente urbanita y cementera y me guiaran por la senda
del perfecto agricultor, procedí a sembrar calabacines, pepinos,
rabanitos, zanahorias, coles y alguna otra que me dejo en el tintero.
Tomates no planté, porque me dijeron que son muy señoritos y hay
que estar muy pendiente de ellos, y dado que mi nivel hortofrutícula
está a ras de suelo decidí no arriesgarme.
La lucha fue encarnizada y hubo daños colaterales, por no hablar de las consecuencias intrínsecas en lo que a los resultados se refiere. Por causas que hasta la fecha ignoro, los rabanitos fueron los únicos en brotar en su momento y lugar, prosperar, crecer y finalmente ofrecernos una sabrosa muestra de su especie. Mira por donde, es una hortaliza que a mí ni fu, ni fa, de modo que solo mi santo se deleitó con ellos. En cuanto al resto..
Primer round: los pepinos, tras mucho mimo y cuidados, no sabían a nada; y cuando digo nada es nada: ni sosos, ni amargos, ni ná de ná. Lo dicho: NADA.
Segundo round: las zanahorias también brotaron y crecieron, pero poco; tan poco crecieron, que consultado el manual fui informada de que para su recolección era preciso que el tubérculo sobresaliese un poquito de la tierra. Bueno, pues a esperar. Y esperamos, y esperamos, y esperamos. Y cuando nos hartamos de esperar y arrancamos una zanahoria para ver qué narices pasaba comprobamos que las muy canallas habían decidido madurar dentro de la tierra, y viendo que no las recogíamos se dedicaron alegremente a extender raicillas por doquier, de modo que parecían todas unas agro-punkis. Pues nada, a reunirse en la basura con los sosopepinos.
Tercer round: las coles. Se trataba de la col que se cultiva en el Norte de España, de esas que crecen a lo alto, y crecen, y crecen, tienen un sabor muy característico y diferente a la que conocemos por estas latitudes, así como unas hojas que se desarrollan mucho. En lo que a hojas se refiere no nos podíamos quejar porque te sacaban un ojo si te aproximabas de tan grandes que eran; pero para cortarlas hubo que emplear material antidisturbios, o lo que es lo mismo, la motosierra, porque aquello estaba más duro que una piedra. Hala, a montar una disco con los sospepinos y las punki-zanahorias.
Por
no hablar de mis manos asesinas, que hicieron estragos. Invadida por
la alegría hortofrutícola, me había estado dedicando a regar
mediante el sistema de regadera lluviosa por aquí, regadera lluviosa
por allá, con el resultado de que conseguí infestarlo todo de
oidio, esa plaga maldita que cubre las hojas de un manto de blanca
pelusilla. Consultado febrilmente el manual, fui enterada de que
había estado actuando justo en sentido totalmente opuesto al
correcto. Sudores de sangre me costó enderezar la cosa, porque los
calabacines, los verdaderos protagonistas de esta crónica, tienen
unas hojas enooooooooormes y a las pobres las había dejado para los
leones.
Y ahora vamos al Cuarto
Round, los susodichos calabacines. Resulta que las puñeteras flores
se abren y cierran en cuestión de horas; y una, que se moría por
zamparse un buen puñado de flores preparadas al modo italiano, tuvo
que montar guardia para pillarlas abiertas, cortarlas para meterlas
en agua y posteriormente en la nevera. Hasta aquí, bien. Lo que una
no sabía es que los calabacines tienen flores femeninas y
masculinas, uséase, que son manfroditas, bisesuales, ambidextras...
vamos, que le dan a todo. Y hay que polinizar las hojas femeninas con
el polen de las masculinas, cosa de la cual toooodo el mundo que esté
versado en educación sexuá sabe que es una labor que corresponde a
las abejitas del campo, abejorros y afines.
Tenía en mi
terraza una tribu de avispas que acudían a beber agua (genial: con
ellas pululando no quedaba ni un bichillo mataplantas en varias
leguas a la redonda); tenía dos mega-saltamontes que me daba pena
liquidar porque me caen bien, son bonicos ellos y hasta el momento no
se habían zampado nada... pero no tenía abejas. Las hubo antes de
mi fiebre sembradora, pero no las había vuelto a ver. Y venga a de
zufrí y de zufrí, buscando abejas y con la cabeza llena de
tremendas dudas: ¿las avispas polinizan? ¿Y las hormigas? ¿Y los
saltamontes? Con grave riesgo para la integridad física de mis
narices me dediqué a perseguir avispas y observarlas, llegando a la
conclusión de que no polinizan: tienen unas patas larguísimas
carentes por completo de pelillos para retener el polen. Y venga a de
zufrí, ante la horrible duda: ¿estaban polinizadas mis flores de
calabacín? ¿No lo estaban? ¿Lo estaban vuelta y vuelta?
El
foro de Infojardín me resolvió el problema: cuando no hay bichos
polinizadores, es preciso proveerse de un bastoncillo para los oídos
y recoger el polen de las flores masculinas (que salen de un tallo
común y corriente), envolver el bastoncillo con sumo cuidado en
papel de plata, guardarlo en un recipiente herméticamente cerrado y
mantenerlo fresco en la nevera hasta cuatro o cinco días si es
preciso, hasta que se abra la flor femenina (la que brota con un
pequeño calabacinín en su base), y en cuanto la pilles
despistada... ¡zas! polinizarla.
Hasta aquí, fer-pec-to.
Todos los días tenía cosecha de flores masculinas y fui abarrotando
frascos de cristal con bastoncillos reventando de polen, cada uno de
ellos cuidadosamente envuelto en papel de plata. Pero las malditas y
ansiadas flores femeninas no se abrían; o si se abrían lo hacían
cuando no podíamos controlarlas: siempre que salíamos a
inspeccionar estaban cerradas, bien porque todavía no se habían
abierto, bien porque ya se habían pasado.
El sábado me
largué a Murcia para trotar durante todo el día por la ciudad y
disfrutar de la Fiesta de las Tres Culturas, dejando en casa a mi
adosado debidamente adoctrinado para que cada hora subiese desde las
profundidades del sótano donde trabaja y vigilase a las fuguillas
estas, y caso de ver alguna abierta... ¡zas! sacar los bastoncillos
de la nevera y hacer las veces de abejorro feliz, polinizando como un
poseso. Según me contó después, preso de agujetas de tanto subir y
bajar escaleras durante todo el día y bastante cabreado, no había
abierto ni una sola flor femenina. También me aseguró de que pasaba
de calabacines, abejorros y demás. Y lo dijo como él dice las
cosas: suave, pero firmemente. Nada, que me tocaba a mí hacer de
abejorro.
AVISO: LO QUE VIENE A CONTINUACION ES MUY
PORNO.
Por fin, una madrugada me tiré de la cama y bajé a la
terraza en estado catatónico, sin café ni ná en el cuerpo (heroica
hazaña, afirmo), y... ¡¡ooooooh!! Cuatro, cuatro hermosas flores
femeninas lucían todas sus galas, esperando anhelantes a sus
correspondientes
novietes abejorros para
darse unos cuantos revolcones polinizadores. Presa de la emoción
corrí a la nevera y descargué toda la partida polínica sobre los
estigmas: Oooooooooh... aaaaaaaah... síiiiiiiiiiiii...
asíiiiiiiiiiii... máaaaaaaaaas... os juro que escuché cada vez que
el bastoncillo se acercaba lentamente a la flor y se introducía en
su cuerpo serrano. Se produjeron varias arrobas, paletadas de
orgasmos calabacinescos, uno detrás de otro. Cuando abandoné la
terraza, febril por tomarme el café, dejé atrás un rastro de la
agrobacanal, agrovorágine y orgía hortícola, todo en uno. La Abeja
Mayabel podía estar satisfecha de haber dado una lección magistral
de agroeducación hortosexuá.
La porno-polinización fue todo un éxito y los calabacines comenzaron a crecer. Tan solo el pequeño detalle de que, por empatía con todos sus hermanastros vegetales colindantes, decidieron adquirir el característico sabor a NADA que hasta ahora habíamos disfrutado.
La porno-polinización fue todo un éxito y los calabacines comenzaron a crecer. Tan solo el pequeño detalle de que, por empatía con todos sus hermanastros vegetales colindantes, decidieron adquirir el característico sabor a NADA que hasta ahora habíamos disfrutado.
Por
supuesto y visto el resultado, se procedió a masacrar y arrasar la
huerta terracera, actualmente llena de cactus. Faltaría más.
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